domingo, 31 de agosto de 2014

Volver a los 101‏

La historia la cuenta el integrante 
de una de las antiguas familias 
de Las Cruces, José Pablo Jorquera.

Tras saludar cortésmente 
a Nicanor Parra,
uno de los niños del pueblo
ya se perdía por la esquina
cuando el llamado del antipoeta
lo hizo volver sobre sus pasos.

«¡Cómo me dice don Nicanor!», le espetó Parra.

«¿Y cómo quiere que lo llame?»,
inquirió, extrañado, el menor.

«Depende», le respondió.

«Si es de mañana, salúdeme
con un 'buenos días,
viejo c... madre», agregó.

«El niñito , que es hijo de un amigo,
no quiso pasar más por ahí.
¡Sale con cada cosa, 'don Nica',
por su carácter!», relata,
entre risas, Jorquera.

Diario El Mercurio, sábado 30 de agosto de 2014

.......


Volver a los 101
por Liberty Valance
Diario El Mercurio, Revista Sábado, 30 de agosto de 2014

Estoy detrás de la ventana
miren al segundo piso
a ese viejo mirando de lado
y también aguaitando
tapado con el visillo
con gorro de lana
bufanda tipo chalina
y un grueso abrigo:
en otras palabras
estoy como tuna

El sábado golpeó la puerta
un periodista de Concepción
quería entrevistarme
el muy huevón

El domingo un rector camote
me hice el desentendido
me echó encima la Séptima Caballería
quería hablar de Kant
respondí con señales de humo
Heidegger me gritó
está equivocado pregunte al lado
entonces Wittgenstein
la tuya por si acaso

El lunes una estudiante inocente
ándate con cuidado
insistente la cabra chica
toma esta bolsa de pan
cruza la calle
es para calcular
no llegaba al suelo
la gente crece en un año
te recibo a los 101
pero trae la bolsa de pan

El martes se dejó caer la ministra
quería repartir la torta
un documental pedían los perlas
una foto para el recuerdo
un souvenir del poeta pícaro
una firmita de la Presidenta
un abrazo la ministra
quería repartir la torta
le dije que lo mío era el pan de huevo
el colesterol del bueno lo tengo malo
el malo peor que nunca
estoy achacoso
soy poeta de barquillos
así que váyase con la torta a otra parte

El miércoles vino un lingüista
le saqué la lengua larga
era algo con el metalenguaje
le tiré aceite hirviendo
quería verme el subtexto
merece un peñascazo
tocarme la semiótica
cachetearse con la sintaxis
sapear la arquitectura interior
le dije que no a todo
para degenerado el dueño de casa.

El jueves por la mañana llamó Gumucio
me cae bien y no le entiendo
él tampoco se entiende
yo no le hablo
así es fácil la conversa
me trata de tú
yo de usted
así que me lo cagué;
me cae bien el chico
porque cabe en cualquier parte
no ocupa espacio
es un lujo para los detalles
anda a la que salta
se me hace el tonto
yo sé la verdad
me cae bien el chico Gumucio.

El jueves por la tarde
me paro en la cocina
la tetera está que arde
casi me quemo
el jueves por la noche
cuento años meses días
99 coma 99
a medianoche el despertador
imagino un título de diario
"Viejo verde se quemó en la puerta del horno"
no era telúrico ni amoroso
ni creacionista ni surrealista
ni lárico ni experimental
era un poeta quemado.

Para el viernes dejé un cartel
por fuera de la puerta
igual la fecha es importante
quiero escribir algo trascendente
no estoy para discursos
pero sí para confesiones
"Cuidado: el poeta es bravo y muerde"
así que dejen los regalos nomás
hoy no se fía ni se abre
mañana tampoco
no quiero que se vayan a la cresta
pero sí que se despidan de a uno
acá no entra nadie
está abierto por duelo.

Diamela Eltit: «Nicanor Parra, el profesor que nunca llegó tarde y que como le digo ahora, el hombre de carne y hueso, es extraordinariamente apuesto. Y ese primer lugar, a sus cien años, no se lo quita nadie».‏

Imágenes de un pasado que no termina de transcurrir
El profesor nunca llegó tarde

"Se podría pensar que él mismo se construyó como un artefacto o como parte de un antipoema activo", dice la escritora chilena acerca de Nicanor Parra, de quien fue alumna en los años setenta en el Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile.  

Diamela Eltit 

Diario El Mercurio, Revista de Libros, domingo 31 de agosto de 2014

Es interesante pero a la vez complejo el ingreso a los dominios públicos de categorías que permiten re-leer signos que permanecían indeterminados o insumisos antes de que la pulsión clasificatoria capturara escenas y escenarios. Desde esa perspectiva, actualizando las imágenes de un pasado que no termina de transcurrir, me atrevería a afirmar (con reparos por acudir a una ortopedia cultural) que Nicanor Parra, su persona, consolidó lo que hoy se podría señalar como una presencia performática fundada en una precisión, es un decir, científica. Su opción por una determinada teatralidad de sí fue crucial para la construcción del personaje vivo que hoy representa y se celebra.
Su presencia de superstar se organizó desde una estructura que no dejó de lado la austeridad (deliberada) del provincianismo agrícola. Se podría pensar que él mismo se construyó como un artefacto o como parte de un antipoema activo. Esa es la imagen que percibí del profesor y poeta Parra, como le decía mientras fui alumna del Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile en los años 70, ese tiempo del silencio y de la ocupación.
Como la alumna que fui -sitio de observación privilegiada-, pude percibir en ese preciso período cómo él, desde el lugar académico, buscaba establecer (con vehemencia) su filiación literaria, básicamente a través de pensar y repensar a Carlos Pezoa Véliz, poeta de las "vidas mínimas" y perfecto sintetizador de la melancolía chilena. Una y otra vez, Parra, como le decía en ese tiempo, volvía sobre Carlos Pezoa Véliz para hablar en realidad de sí mismo o para encontrar antipoesía, la de él, en la poesía nacional o para situar el inicio de su genealogía en la dirección de un proyecto, es un decir, "micro". Lo no dicho pero sin embargo presente era la también poderosa poética de Neruda, una poética que Nicanor Parra, como le digo ahora, había pensado de manera muy compleja y prolongada.
Carlos Pezoa Véliz era el objeto preferencial en esas clases donde Parra, como le decía, con su particular procedimiento, llevaba a cabo su performance, plagada de silencios expectantes donde también establecía ciertas afirmaciones lapidarias e inolvidables por su exactitud: "una cosa son las metáforas y otra los metaforones", y a continuación acudía a ejemplificar su sentencia con un conjunto de versos que ilustraban una u otra característica.
Pero más allá de los metaforones o de Carlos Pezoa Véliz o del profesor Parra mismo, como le decía, estaba la obra-Parra, en ese tiempo ya completamente consolidada, porque la antipoesía habitaba los centros del canon local. Esa obra-Parra que amplió los registros poéticos y se inscribió velozmente en los imaginarios, en parte, debido a que los imaginarios locales ya la conocían porque sus materiales provenían de los usos de la cultura misma y eran sometidos poéticamente a una cuidada y sofisticada reelaboración. Se trataba de incorporar las paradojas y tensarlas. Se trataba de darse una vuelta de carnero para salir o no salir indemne. No importaba. Un cuerpo textual nuevo se había hecho presente que trabajaba los opuestos y los mantenía en un perfecto equilibrio.
La antipoesía ya había irradiado sus marcas en otras escrituras donde Parra, como le decía, extendía sus huellas. Pero, por otra parte, en las infaltables e infatigables conversaciones de estudiantes de literatura o en círculos poéticos abundaban una serie de lugares comunes que oponían poéticas de manera muy básica o ingenua (por ejemplo, Parra-Neruda). Nunca compartí esos planteamientos ni los comparto en el presente, pues considero al espacio literario como una trama o un tapiz que tiene diversas hebras y que, en su conjunto, y gracias a la potencia de las propuestas, configuran el gran sitio de la escritura que, a su vez, posibilita su incremento con los signos del porvenir.
Pero me parece pertinente señalar que Parra, como le decía en ese tiempo, no puede ser aislado de "los Parra" de esos años. Por un azar, en esa época, había conocido a su hermana la cantante Hilda Parra en el liceo de la población José María Caro, donde yo trabajaba como profesora secundaria; por supuesto, estaba la gran obra de Violeta y sus hijos Isabel y Ángel, su hermano Roberto, pero también Parra, como le decía, acostumbraba a ir a la Universidad con sus hijos pequeños, Colombina y Juan de Dios, y también su hija mayor, Catalina, objeto de un antipoema vibrante que sus alumnos conocíamos muy bien. "Los Parra" operaban como un conjunto realmente homogéneo, pero simultáneamente heterogéneo en la medida en que sus desplazamientos podían ser leídos de manera individual, pero a la vez como una tribu particular que se extendía de manera rizomática por los espacios: desde los pueblos, los circos, las peñas, las poblaciones emblemáticas, hasta llegar a la academia chilena.
En cierto modo, "los Parra" estaban en todas partes (hoy siguen su deambular por la diversidad de sitios culturales), pero, claro, Parra, como le decía, era el protagonista de mi escena como estudiante de literatura y necesariamente me obligaba a pensarlo a él mismo como la antipoesía a la que aludía en sus clases. En cierto modo, percibí entonces -y no dejo de pensar que quizás estaba equivocada- que su propia propuesta lo agobiaba, lo obligaba a representarla cada vez, lo empujaba a pelear en contra de "molinos de viento" (principalmente Neruda) o en contra del sinsentido o a favor de las expectativas de los otros que esperaban de manera no demasiado sutil una iluminación o un momento verdaderamente sagrado. O, lo peor, desfallecían por una muestra definitiva de su ingenio.
Pero Parra, como le decía al profesor de esos años, parecía tener una capacidad excepcional para sortear todos los escollos y sostener su personaje. En parte algo de él apelaba a la construcción -"Obra Gruesa"- y a una apropiación de los espacios mediante la extensión de sus "Artefactos". Hoy su obra, más allá de las legítimas diferencias críticas que pudiera suscitar, está en pleno movimiento. Refulge. Se incrementa. Aunque hay que reconocer que la pasión beata de sus fans puede causar saturación por los efectos miméticos que caracterizan a parte de nuestro medio cultural.
Pero no quiero terminar este insuficiente recuento sin reconocer un punto preciso en que el antipoeta (en relación a nuestro medio literario) lleva toda, pero toda la delantera del mundo: Nicanor Parra, como le digo ahora, el hombre de carne y hueso, es extraordinariamente apuesto. Y ese primer lugar, a sus cien años, no se lo quita nadie.

Nicanor Parra, el tiempo no ha borrado nada‏

Cumpleaños Viernes 5 de septiembre
Nicanor Parra, el tiempo no ha borrado nada


Diario El Mercurio, Revista de Libros, domingo 31 de agosto de 2014

Para celebrar los cien años de Parra, presentamos un recorrido por su obra poética a través de las críticas de Ignacio Valente y del comentario de Hernán Díaz Arrieta, Alone, sobre su revolucionario libro Poemas y antipoemas , que cumple, a su vez, sesenta años. Además, un fino recuerdo de su faceta de profesor y una evaluación de su último libro, Tempora l, escrito en 1987 y recién recuperado.  

 null La antipoesía como liberación
La innovación de los antipoemas
Desde la aparición de Poemas y antipoemas en 1954, el horizonte de la poesía chilena está dominado por la presencia de Nicanor Parra. Toda una forma de poetizar, toda una tradición de lenguaje lírico, y aún toda una manera de entender la poesía, fueron cuestionadas por el impacto purificador de esta nueva poética en ejercicio. Fue una liberación que necesitaba, que secretamente deseaba nuestra lírica. Tras haberse cultivado hasta el límite la exploración formal de la palabra y de la metáfora, de la sugerencia, del matiz, de la oscuridad alusiva, el lenguaje agonizaba casi en la dorada prisión de la retórica y del mecanismo. Las deseables revelaciones del acto poético ya no se entregarían a la astucia de la metáfora, a la dudosa magia de una nueva combinatoria verbal. El torbellino de los Poemas y antipoemas , esa ola desatada de higiene literaria, vino por otro camino: la irrupción de la realidad inmediata, de la experiencia vivida, de la fantasía grotesca, del humor negro, de lo convencionalmente prosaico, de lo descaradamente no lírico. Siguió, en este sentido, el rumbo de las mejores revoluciones literarias: todo puede decirse en poesía, todo debe decirse, no hay zonas prohibidas, no hay trucos privilegiados, no hay trances. Sólo la audacia y la ironía, sólo el coraje y el sarcasmo, las virtudes supremas de la antipoesía.
De "Canciones rusas", 9 de julio de 1967.
El retorno a la claridad
La antipoesía se alimenta del desgaste de una tradición poética precisa, cuyos desechos utiliza con ingenio sarcástico: la tradición que proviene del simbolismo, pasa por la poesía pura y el surrealismo, y termina en el cansancio de las imágenes herméticas, en la delicuescencia de los "metaforones" del 38, en las coartadas de la oscuridad lírica. En los años cuarenta y cincuenta, cuando nuestros poetas se entregaban de lleno a estos malabarismos, Nicanor Parra se preservaba en un incomprendido y socrático escepticismo, disfrazado tras la modesta claridad de la poesía popular. Sólo alrededor de 1948, con la aparición de los primeros antipoemas, se manifestaría en plenitud la feroz creatura antipoética que se empollaba en aquellos inofensivos versos de trovador. Su reacción operó a través de dos mecanismos esenciales: la ironía, que cuestiona y desmitifica el contenido de las experiencias sublimes, y el prosaísmo o el acercamiento límite del poema a la prosa, que cuestiona el lenguaje de los grandes lirismos herméticos.
De "Los 70 años de Parra", 11 de noviembre de 1984.
El prosaísmo a ultranza
El procedimiento verbal de esta purificación ha consistido en acercar el lenguaje poético a la prosa hasta un punto límite. El prosaísmo a ultranza, cuando resulta como poesía -he allí la gran dificultad- es justamente una prueba del valor poético de una experiencia. Significa que ésta, para encerrar un destello de poesía, no necesita atraparlo en la astucia de una combinación verbal, en los adornos de la imagen o de la música. La poesía ya no residirá en lo "poético", en el ornamento del decir literario, sino en una virtud más interior -también verbal, sin duda- que resiste a los despojos y austeridades de la prosa desnuda.
De "Obra Gruesa", 1 de junio de 1969.
Los hablantes dramáticos
Quien habla en la antipoesía ya no es aquel Ego poético desmesurado de las vanguardias de la época, el Poeta Vidente sagrado, el dios de los abismos, el místico nocturno, el Centro del mundo por derecho propio, el protagonista cósmico a quien suceden cosas extraordinarias, sino el hombre de la calle, el sujeto común y corriente en quien todos podemos reconocernos.
Más aún, el poeta se multiplica como un ventrílocuo en sus voces dramáticas diversas: un energúmeno, un alma en pena, un predicador callejero -el Cristo de Elqui-, un difunto desde la ultratumba, un orador de sobremesa... En forma paralela, los subgéneros verbales menos literarios son promovidos por Parra al rango de alta poesía: la crónica policial, el noticiario, el test escolar, el aviso de publicidad, el formulario, el letrero, el discurso de ocasión.
De "Antipoesía completa", 29 de octubre de 2006.
Adiós a los espacios literarios
"Artefactos" se llaman estos trozos poéticos, resumidos y cargados al máximo, que en una época de prisa y estridencia quieren provocar, también ellos, con una o dos frases la conmoción sintética de libros enteros.
La idea conductora de estos experimentos verbales consiste en terminar con los "espacios literarios", con la complaciente convención del poeta-que-escribe-poesía y del lector-que-lee-poesía, taumatúrgicos personajes que se comunican en un ámbito cargado de aceptaciones tácitas, de señas literarias: de "cultura". El antipoeta quisiera terminar con la usanza poética, con la literatura, con toda impostación de voz, con todo esfuerzo de "composición" de un texto, aún el que incluían sus propios y corrosivos antipoemas, que, buscando ya está depuración, entraban sin embargo en la costumbre de los "desarrollos", del "estilo", de la "expresión", y de otros "mitos" clásicos y románticos.
De "Los Artefactos de Parra", 27 de septiembre de 1970.
Política en la cuerda floja
La poesía política de Parra es muy esencialmente una "literatura del trapecio" y también, si queremos, del baile en la cuerda floja: "La izquierda y la derecha unidas / jamás serán vencidas".
Esta versatilidad ideológica ha valido al autor, desde cierta izquierda, el reproche de "payaso de la burguesía". Es lo previsible para un autor que dispara casi simultáneamente contra los cuatro puntos cardinales, que vive rompiendo los esquemas y las etiquetas, y que apenas se dejará tipificar con el vago título de anarquista.
De "Poesía Política", 18 de diciembre de 1983.
Lo que dijo AloneSobre "Poemas y antipoemas"
(Nicanor Parra) es un poeta admirable.
Nada más impetuosamente libre que su verso. En todo instante se le siente el impulso espontáneo y como un "goce de ser". No le importan trabas. Salta de un idioma a otro con toda soltura y una especie de gracia seria que imprime su sello.
No lo llamemos humorista: sugiere la idea de un profesional encargado de hacer reír, cosa horrenda y contraproducente. Parecen, más bien, poemas desatados que corren como quieren. A menudo, las estrofas se arrastran, empiezan en la prosa, dan unas vueltas, como los aviones antes de partir. De pronto, se elevan y salen, saltando. Minutos después, van por allá volando, cruzan el cielo, rompen las nubes.
Nicanor Parra es un poeta moderno.
Ello no le impide en manera alguna ser antiguo. La famosa cortina de hierro que divide a las generaciones, él la perfora a cada rato, sin la menor dificultad. Los que están allá se escandalizan viendo los bailes que bailan al lado de acá. Y viceversa. Nicanor Parra va de uno a otro como si no hubiera cortina.
Una vez andando
Por un parque inglés
Con un angelorum
Sin querer me hallé.
(...)
Así comienza una de las composiciones más conocidas de Nicanor Parra. Porque no pretendemos descubrirlo: tiene varios premios sobre la conciencia y hasta un estudio especial, la Introducción a la poesía de Nicanor Parra, hecha por Enrique Lihn con toda reverencia. Pero un buen poeta siempre es nuevo; cada vez que se toma un libro suyo parece que se le descubriera.
¿Hay cosas inéditas aquí?
Por el placer que producen, todas lo son; pero hay, particularmente, ciertas divagaciones extrañas, casi en prosa, mantenidas a fuerza de ritmo, a una velocidad endemoniada y con una especie de embrujo, que se leen y vuelven a leerse sin llegar nunca al fondo. Son clarísimas, parecen elementales: eso las vuelve más misteriosas. Eduardo Anguita va a reprochármelo. Este joven cree que mi oficio consiste en saber lo que no se sabe, averiguar lo que no admite averiguaciones o decir que uno entiende lo que, en realidad, no ha entendido. Rehuso ese honor. (...)
Hemos buscado para reproducirlas algunas de esas composiciones. Necesitarían demasiado espacio. Exigen en derredor cierta atmósfera, no se pueden sacar sencillamente ni menos fragmentarlas. Nombremos "Las tablas". Allí intervienen evidentemente confidencias freudianas y pasa el complejo de la madre. (...) Nombremos también, aunque se sale del género, la divertida "Oda a las palomas", el enigmático "Túnel", el "Solo de piano", reflexivo, el macabro autorretrato del profesor que hace quinientas horas de clase, para recalar definitivamente en Catalina Parra:
Caminando sola
Por ciudad extraña
Qué será de nuestra
Catalina Parra.
(...)
A todo esto, en todo esto, ¿qué del comunismo? ¿Por qué no suenan maldiciones a Estados Unidos ni escuchamos anatemas contra Foster Dulles? ¿Acaso este poeta osa violar las consignas y desobedece el mandato? ¿Nada, ni siquiera una alusión a la pobre Guatemala?
Curioso.
Parece que, además de talento, de ímpetu de gracia, de frescor, de imágenes y ritmos impensados, este poeta tuviera buen gusto.
El Mercurio, domingo 8 de agosto de 1954

sábado, 16 de agosto de 2014

Volver a los 17, después de vivir un siglo: Nicanor llegará a sus cien años para suplir en parte esa vida de su hermana Violeta que no pudo completarse‏

CULTURA | POR:

Revista Qué Pasa, miércoles 13 de agosto de 2014

El hermano-padre

El mayor de los Parra Sandoval asumió tempranamente ante sus ocho hermanos un rol que combinó la disciplina, el sustento y, en ciertos casos, una fundamental guía creativa. Con Violeta y Roberto esa inspiración resultó de ida y de vuelta.

© Archivo fotográfico Roberto Parra
Hay un sueño recurrente, describe el libro La poesía de Violeta Parra, de Paula Miranda, en el que Nicanor Parra vuelve a enfrentarse a la hermana que tuvo más cerca en vida, y de la que no ha llegado a desunirse tras su muerte.

“Nicanor sueña con un pasaje oscuro en que Violeta, subida en una escalera de caracol que da al vacío, lo llama desde arriba, extendiéndole su mano y diciéndole: ‘Tito, mátate, vente conmigo, allá atrás ya no queda nada’. La sensación es de total desamparo para él, que nunca se ha atrevido a tomar la mano de su hermana en aquel sueño. Pero Violeta ha permanecido con esa mano extendida, acompañando a su hermano durante todos estos años”.

El magnífico estudio de Paula Miranda (ver recuadro) ha venido este año a dar nuevas pistas sobre el vínculo entre el antipoeta y la más talentosa de sus hermanos, claves que se suman a las otras muchas desperdigadas hasta ahora no sólo en biografías y crónicas, sino también en la obra y hasta en las entrevistas de ambos creadores. En sus décimas autobiográficas, escritas entre 1957 y 1958, Violeta cuenta que fue Nicanor quien la instó a dos decisiones relevantes en su trayectoria: la de mudarse de Chillán a Santiago y la de dejar por escrito su vida (“fue grande sorpresa mía / cuando me dijo: ‘Violeta / ya que conocís la treta / de la versá’ popular / princípiame a relatar / tus penurias a lo pueta’”). Hubo muchas otras esferas de influencia, por supuesto, aunque no sólo en una dirección. Si la autora de “Gracias a la vida” llegó a afirmar que “sin Nicanor no habría Violeta Parra”, el poeta también ha espetado sentencias elocuentes:

-¿Que cómo me defino yo? -toma vuelo en una entrevista de 1993 con El Mercurio. Y concluye: 

-Como un hermano de la Violeta Parra.

Los lazos de inspiración y trabajo envolvieron en varios momentos a Nicanor con sus hermanos músicos, y se tensaron no pocas veces en una disciplina paternal entendible en su jerarquía de mayor de nueve (Nicanor, el padre, murió cuando el futuro Premio Cervantes tenía 16 años). Fueron lazos especialmente firmes entre él y Violeta, pero extendidos también -y al menos- con la cuequera Hilda (1916-1975), con el famoso Roberto (1921-1995), y con el cantor y hombre de circo Eduardo (1918-2009). A este último, el conocido “tío Lalo”, las condiciones que le impuso Nicanor para mantenerle la beca en el Internado Barros Arana -“dejar el canto y las guitarras”- se le volvieron insoportables. Pasar intencionalmente del mejor al peor rendimiento de su curso fue el modo que acordó con Violeta para ser expulsado y así poder volver con ella a la música.

-Nicanor se quería morir con todo esto -recordaba Lalo en una vieja crónica para The Clinic-. Me acuerdo que dijo, resignado: “Aunque es contra mi voto, éste será el futuro de ustedes, vean bien lo que están haciendo”.

Lo cierto es que, con los años, Nicanor Parra se volvió un enamorado del talento musical de sus hermanos; en parte por una afición personal por el canto y la guitarra que sólo conocen sus cercanos, pero que ha sido constante y aplicada. Las dotes de Roberto en la cueca lo hacían a veces exasperarse con el total descuido que éste mostraba ante la posibilidad de darles algún tipo de cauce a sus geniales composiciones “choras” y a su “jazz guachaca”. Por años, Nicanor y Violeta se empeñaron en que el evidente talento de Roberto tuviera registro, incluso si para ello debían esconderle (o prodigarle en un estudio de grabación) las botellas de vino con las que solía acompañarse. 

Dos papeles manuscritos fechados en 1983 y firmados por Nicanor Parra (fotografiados para el libro Roberto Parra. La vida que yo he pasado) son prueba de ese entusiasmo. En uno: “¡hay que hacerlo! / por las niñitas / y por el país / grabar toda la música de Roberto Parra”. El otro: “Yo creía que el genio de la familia era Nicanor / hasta que conocí a la Violeta / claro que hoy me quedo con Roberto”.

Es probable que esa preferencia puntual entre sus dos hermanos de mayor talento -y que ha sido oscilante, hay que decirlo- proviniera entonces del entusiasmo gigantesco que en él produjo la lectura de las décimas que luego dieron forma a La Negra Ester. En el prólogo a la primera edición (1980), Nicanor Parra escribe que, con ese texto, “Roberto se sitúa -cuando menos- a la altura de sus hermanos mayores. Lo que no es poco decir, ¡caramba!”, y establece una división interesante entre Violeta/campo, Nicanor/ciudad y Roberto/bajos fondos (“en el barrio chino de la palabra hablada, al margen de toda convención policial o académica. Por favor no se le exija cédula de identidad ni RUT”). Nicanor supo ver en Roberto una viveza de lenguaje y una perspicacia de cronista que lo azuzó a dejar por escrito, no sólo en La Negra Ester (ver recuadro), sino también en lo que terminó siendo el peculiarísimo Vida pasión y muerte de Violeta Parra, publicado este año por editorial Tácitas. El mayor le sugiere al bohemio que escriba sobre su hermana muerta. Tres hermanos imbricados en un legado sin par.

“Brindo dijo un sacristán / por el arpa y la guitarra / brindo por Nicanor Parra / esto es saber brindar / de la cordillera al mar / tiene amoreh el poeta / todo Chile está de fiesta / celebremoh el cumpleañoh / por este rey soberano / sin bastón y sin muleta”.

Pueden rescatarse ahora esas “Décimas a Nicanor Parra”, escritas alguna vez por su hermano Roberto. Mucho antes de los cien.

    

                                                                                                           ***

Eduardo Parra junto a su hermana Violeta en los años 30.

“Del momento en que llegué / mi pobr’ hermano estudiante / se convirtió en un instante / en pair’ y maire a la vez”. 

Padre y madre, dice Violeta Parra en sus décimas autobiográficas al referirse al hermano al que llamaba Tito. También tutor, guía literaria, crítico, consejero y, hasta cierto punto, albacea (es Nicanor quien conserva la última carta redactada por la artista). “La Viola y yo somos la misma persona / Sí: / no me tomen en serio pero créanmelo”, escribió el antipoeta, y la idea la ha repetido -con variantes- en entrevistas. En sus conversaciones con el académico Leonidas Morales (recién reeditadas por Ediciones UDP), Nicanor describe lo que considera la comunicación “morfogenética” entre Violeta y él, “a través de la mirada, a través del tono de voz, a través de la expresión corporal. Éramos prácticamente una sola persona. O sea, bastaba con que yo estudiara algo para que eso automáticamente pasara a propiedad de ella, sin necesidad de que yo se lo mencionara”.

La voz de ambos se conserva en la grabación de “Defensa de Violeta Parra” (un poema-homenaje que suele confundirse con un obituario), que Nicanor recita y Violeta acompaña con voz y guitarra en el LP Recordando a Chile. Violeta Parra (Una chilena en París) (1965). El disco La cueca larga (1960), en tanto, une los textos de Nicanor y la música de Violeta Parra (con recitación de Roberto Parada). Hay otras huellas del trabajo entre los hermanos también en el libro Cantos folclóricos chilenos, que detalla los encuentros con cantores de las cercanías de Santiago. Era Nicanor el primer convencido del valor de ese registro in-situ como inspiración para una posterior autoría cuando la artista aún era conocida como cantora popular de boleros, rancheras y cuplés hechos por otros.

-Musicalmente, sentía que mis hermanos no iban por el camino que yo quería seguir y consulté a Nicanor, el hermano que siempre ha sabido guiarme y alentarme -explica Violeta Parra en una entrevista de 1958-. Yo tenía veinticinco canciones auténticas. Él hizo la selección y comencé a tocar y cantar sola. Después me exigió que saliera a recopilar por lo menos un millar de canciones. “Tienes que lanzarte a la calle -me dijo-, pero recuerda que tienes que enfrentarte a un gigante, Margot Loyola”. 

Lecturas importantes entregadas por el hermano mayor que ayudaron en la formación poética de Violeta Parra, según testimonios: Antología de la poesía vulgar chilena, de Rodolfo Lenz; Romances populares y vulgares, de Julio Vicuña Cifuentes; y, por supuesto, Martín Fierro. “Yo le estaba dando tareas siempre”, ha dicho él.

Hay más anécdotas de la relación entre ambos en el nuevo libro Nicanor Parra. La vida de un poeta, de Sabine Drysdale y Marcela Escobar, y seguirán surgiendo con venideros testimonios. Más velada y ardua es la tarea de analizar cómo Nicanor y Violeta se influenciaron poéticamente entre sí. Es un vaivén probablemente inabarcable, de sinuosidad única en el arte chileno, mutado pero no interrumpido con ese balazo en la Carpa de La Reina de febrero de 1967. Violeta había visitado a Nicanor en su casa el día anterior. A él, a Tito, le cantó la última canción que le cantó a otro. “La última de la última”, confirma el poeta. 

“Un domingo en el cielo”, sátira festiva del paraíso, sellará el pacto de alianza entre ambos más allá de la muerte, escribe Paula Miranda. El texto manuscrito de “La cueca de los poetas”, trabajado por ambos para el disco Las últimas composiciones, abre el ya citado libro de esa académica. La caligrafía de Nicanor Parra es distinguible, y también los versos que avanzan hasta un cambio inesperado -capital- en el remate: “Corre que ya te agarra / Violeta Parra”. 

El hermano mayor no sólo ha puesto a la aprendiz en el cánon de los más grandes de nuestra poesía. También ha creído justo cederle a ella el puesto que antes ocupaba él: “Ella es la verdadera poeta de la familia”.
CATALINA ROJAS: "SIN NICANOR NO EXISTIRÍA LA NEGRA ESTER"
La cantautora y viuda de Roberto Parra considera al poeta alguien cercano, sumamente generoso y con quien se siente en total confianza. Él le dice “doña Cata”, y ella reconoce una influencia absoluta en las conquistas creativas de su esposo.

-Para La Negra Ester Nicanor fue vital, pero vital. Roberto hizo como veinte décimas, y ahí quedaban. Nicanor le decía: “Tenís que ponerle más personajes. Cuenta quién estaba ahí, pero sin salirte del tema”. Y Roberto volvía con otras veinte, y él leía y decía: “¡Aaaaah! ¡Pero qué barbaridad!”, así como con gesto de éxtasis. Y le pedía otras más. Leer eso lo hacía feliz, feliz, feliz. Así fue saliendo La Negra Ester. Sin Nicanor, la obra no existiría.

-Lo dirigía.
-Nicanor fue importante para disciplinarlo. Roberto leyó repocos libros en su vida, pero por sugerencia de Nicanor leyó el Martín Fierro y El Quijote... Le decía: “Tenís que leer a Nietzsche”. Y Roberto le respondía: “Pero si no entiendo a esa gente...”. Así estaba todo el tiempo: dándole consejos, explicándole cosas. Y el Roberto... lo que le decía Nicanor lo hacía.

-¿Qué crees que buscaba Nicanor con esas lecciones?
-Ayudarlo. Lo quería mucho. Mira, ellos dos... es que no he visto a nadie en la vida que se quieran tanto. Yo tengo diez hermanos, y nunca he querido tanto a un hermano como ellos se querían. Pero si se amaban. A veces, se ponían a bailar charlestón juntos. Roberto era muy tierno con él. Le decía “mi hermano-padre”. Él le daba a Nicanor, y Nicanor también le daba.

 -¿Recuerdas que hayan hablado de poesía?
-Sí, claro. Pero Nicanor le decía: “Tú no eres como yo. Tú sigue en tu lenguaje”. A veces, Roberto hablaba y Nicanor tomaba nota. Lo sé porque lo vi. Yo te diría que Roberto no es nada, pero nada, sin Nicanor. Es una relación que a mí me conmueve totalmente. A su velorio en la iglesia San Francisco, Nicanor llegó helado, blanco. Y después nos dijo a mis hijas y a mí: “Tienen que venir a verme, porque voy a sufrir mucho”. En su casa se la pasaba escuchando los discos de Roberto. Una vez llegamos y estaba bailando solo, y nos dijo: “Pucha que me cuesta estar sin Roberto. Yo no sé cómo se puede vivir sin él”. Y se le caían las lágrimas.
PAULA MIRANDA: "LA AUSENCIA-PRESENCIA DE VIOLETA ES EN ÉL MUY FUERTE"
La profundidad de La poesía de Violeta Parra (Cuarto Propio, 2014) no es sólo evidente en la calidad de su análisis, sino también en el rigor de su método. La especialista en poesía chilena Paula Miranda, académica asociada de la Facultad de Letras de la Universidad Católica, calcula que escribir el libro le tomó veinte años. Sucesivas entrevistas con Nicanor Parra fueron parte de ese proceso.

 -Yo creo que él tiene una influencia fundamental en estimular la creatividad incesante de Violeta. Está allí con su consejo y apoyo para que recopile la tradición, pero también le transmite su espíritu anti. Es muy interesante el cambio que se produce en Violeta después de Poemas y antipoemas (1954): recopila y compone cuecas, pero a la par compone sus anticuecas; escribe sus décimas, aunque transgrede mucho de esta tradición y además compone “centésimas” (género inexistente antes de ella); compone el ballet El Gavilán, cuya música es inmensamente experimental y deconstructiva. De ahí, a la composición de sus creaciones más plenas y originales, hay sólo un paso. Yo creo que lo académico (en el sentido de su condición de investigadora) y lo experimental poético le vienen a ella, en primer lugar, de Nicanor.
-A la vez, ¿crees que la obra de Violeta ha influenciado la poesía de Nicanor? ¿Cómo?
-Creo que sí. Comparten, de partida, una infancia hiperestimulada artísticamente y hay entre ellos mucha sinergia. En los inicios de la obra de Nicanor hay fuertes marcas de las vertientes populares de las que bebe Violeta: el romance, la cueca, la décima, los refranes y dichos populares, la lira popular. Nicanor está también muy influido por la música de su propia familia, y la de otros. Hoy asegura que es la cueca el discurso poético más perfecto (me regaló hace una semana un CD con cuecas “apianás”, con las que está fascinado). Pienso, y aquí propongo sólo una hipótesis, que la mayor influencia en él ocurre después de que Violeta nos deja. La ausencia-presencia de Violeta es en él muy fuerte, tanto así que pareciera ser que Nicanor llegará a sus cien años para suplir en parte esa vida que no pudo completarse (esta idea me la sugirió el poeta Raúl Zurita). Su poesía después de 1967 se hace más sintética, hablan libremente otras voces, hay más musicalidad y libertad en la expresión, aparecen sus Artefactos, está mayormente desplegado su discurso social y crítico… Creo que hay una revisión fuerte de su propuesta poética y antipoética después de la partida de Violeta, pero éste es un tema que habrá que estudiar más en profundidad.