lunes, 2 de febrero de 2015

Las Cruces: de Los Diez a Nicanor Parra



En sus elegantes casonas han estado Alone, Pedro Prado y Baldomero Lillo. Hoy veranean allá Diamela Eltit, Carmen Berenguer y Eduardo Labarca, mientras que viven todo el año el guionista y narrador Gustavo Frías y el antipoeta.  

Pedro Pablo Guerrero 
Diario El Mercurio, Cuerpo Cultural Artes y Letras
Domingo 1 de febrero de 2015

En 1898, José Toribio Medina escribía en el artículo "Los conchales de Las Cruces" que al final de Playa Grande, "siempre hacia el norte, hai un promontorio o punta de cerro que se avanza hacia el mar (Punta del Lacho); pero una vez del otro lado, vuelve de nuevo a presentarse la playa abierta (Las Salinas), en cuyo comienzo se encuentran agrupados los veinte o treinta míseros ranchos en que viven los habitantes de Las Cruces, algunos de los cuales i especialmente las mujeres de edad, todavía recuerdan en sus facciones el tipo netamente indíjena" (La Revista de Chile, número 1).

Eran descendientes de los huachunde, aborígenes de lengua mapudungun provenientes de los cerros al sur de Melipilla que habitaban la zona a mediados del siglo XVI. Sin embargo, por los mismos años en que Medina registrara sus impresiones, la clase alta chilena comenzó a cambiar radicalmente la fisonomía del lugar construyendo sobre la Playa Blanca -actual Playa de las Cadenas o Playa Chica- mansiones de veraneo que transformaron el viejo caserío en uno de los balnearios más exclusivos y conservadores de la costa central, pródigo en iglesias, capillas privadas y conventos.

En noviembre de 2014 el Consejo de Monumentos Nacionales aprobó la solicitud de declaración de Zona Típica de los barrios Vaticano y Quirinal, situados respectivamente al norte y al sur del balneario. Se declaró, además, Monumento Histórico la Casa Labbé, diseñada hacia 1917 por el arquitecto Josué Smith Solar.

Según Luis Merino Zamorano, autor del libro "Las Cruces. Barrio El Vaticano, arquitectura patrimonial" (RIL, 2007), el antecedente más antiguo del actual topónimo se registra en 1702 y provendría de la población La Cruz de Carén, llamada así por una cruz instalada en la Punta del Lacho. El investigador Patricio Ross, en "Las Cruces. Apuntes para su historia" (RIL, 2010), añade una tercera fuente: la historia oral según la cual el nombre se debe a las cruces que se pusieron en el sitio luego de un naufragio ocurrido en 1788.

La tradición artística, literaria y pictórica del pueblo se remonta a inicios del siglo XX. El crítico Hernán Díaz Arrieta, Alone, lo visitó el verano de 1912. Recuerda que llegó junto a unos amigos en unos "carritos con caballo" (carros de sangre) sobre rieles de trocha angosta. Se alojó en el único hotel "habitable" y, enterado de la presencia de monseñor Carlos Casanueva en la casa del senador Alfredo Barros Errázuriz, decidió visitar al prelado. "Entré como simple curioso; salí secretario de redacción de La Unión, de Santiago, el diario del arzobispado", escribió en sus Memorias.

Baldomero Lillo fue huésped de otra importante familia fundadora: los Marín. En Las Cruces ambientó su macabro cuento "El anillo" sobre una mujer que pierde a su marido en la Punta del Lacho. Precisamente a dicho sitio llegaron el 22 de agosto de 1916 varios integrantes del famoso grupo de Los Diez. Casado con una hija del magistrado José Toribio Marín, el pintor Juan Francisco González -asiduo de la localidad y luego vecino, tal como en los años 60 lo fuera Arturo Pacheco Altamirano- invitó a la casa de su cuñado, Osvaldo Marín, a Pedro Prado, Alfonso Leng, Alberto Ried y el arquitecto Julio Bertrand. Todos fueron a caballo hasta la Punta del Lacho, donde eligieron los terrenos que les habían ofrecido sus anfitriones. Bertrand proyectó sobre una elevación la imponente "Torre de Los Diez", sueño que nunca se concretó.

En la revista "Los Diez", Pedro Prado la describe como una edificación en concreto armado de 33 metros de altura, los que sumados a su base rocosa de 17 metros, la elevarían a un total de cincuenta. "Se verá como un solo monolito saliendo del mar", distinguible a simple vista desde Cartagena y El Tabo. "Sobre un enorme y abrupto peñón que ha recibido durante cien siglos el ataque del mar y la esperanza de sus prodigiosas lejanías, se elevará tranquila, aislada y libre, la roja torre de Los Diez", escribió el autor de "Alsino".

Tampoco llegó a ejecutarse el ambicioso proyecto inmobiliario encargado en 1915 a Josué Smith Solar para diseñar un pueblo radial, concéntrico, definido en un folleto publicitario como "Un balneario moderno, de primera clase, para personas de buen gusto". Del trazado original, que celebraba la Independencia de América, sobreviven los nombres de algunas calles.

Nicanor Parra, vecino ilustre

En Lincoln, barrio Vaticano, Mario Navarro Arrau -casado con María Haeussler Cousiño- edificó una casa que más tarde fue comprada por Nicanor Parra con el dinero del Premio Iberoamericano Juan Rulfo que recibió en 1991. El antipoeta se resarció así de la pérdida de su propiedad anterior, un chalet vecino de cuatro pisos conocido como el Castillo Negro o La Pajarera, incendiado en los años 80.

"Era un producto de la imaginación". Así recuerda Nicanor su primera casona, en un documental de Gonzalo Frías. Y agrega: "A lo mejor fue mejor que se hubiera quemado porque de lo contrario podría habérsele derrumbado a Juan de Dios, la Colombina o algún amigo". Sobre el significado de ese inmueble destruido, el antipoeta explicó: "Me pasa con este castillo lo que [Carlos] Castaneda explica muy bien en su ['Viaje a Ixtlán']. Él habla de que para cada persona hay lo que él llama el lugar en el mundo. El lugar. Uno. Según él, en este lugar el tipo no necesita de nada más y se produce una iluminación en él, y desaparece el resto del universo, el resto del mundo, y lo único que quiere hacer es quedarse ahí para siempre. Pero agrega a continuación que es un error tratar de quedarse ahí, que lo que hay que hacer es irse inmediatamente".

En un comienzo, Parra viajaba constantemente de La Reina a Las Cruces, hasta que hacia 1998 decidió radicarse en la localidad. Desde entonces, su casa de tejuelas y el auto escarabajo estacionado frente a ella se convirtieron en una postal característica y centro de peregrinación para los admiradores de la antipoesía, a quienes su creador, temperamental y ya cansado de la exposición periodística, recibe cada vez con menos frecuencia. El 5 de septiembre pasado cumplió 100 años de edad sin salir de su hogar mientras en todo Chile se sucedían los homenajes.

Las Cruces ha sido clave en la vida del poeta. Allí recibió la visita de Roberto Bolaño a fines de 1998. Al año siguiente el novelista volvió acompañado del crítico Ignacio Echevarría; ambos le propusieron editar sus "Obras completas & algo + (2008-2011)" en Galaxia Gutenberg.

Desde la terraza, el antipoeta divisa la tumba de Vicente Huidobro en un cerro de Cartagena. En el Litoral de los Poetas, a mitad de camino entre la casa del autor creacionista y la residencia de Neruda en Isla Negra, Parra estableció una irónica analogía: "Las Cruces es la totalidad: los tres ladrones del Gólgota, las tres cruces. El buen ladrón, el mal ladrón y el del medio. ¿Qué nos robó el del medio? El corazón, dicen algunos".

Carmen Berenguer y Diamela Eltit

Pero el antipoeta no es el único que ha contribuido al renacimiento cultural de Las Cruces. Dos autoras de la escena de avanzada de los años 80 han adquirido propiedades en el lugar: Carmen Berenguer y Diamela Eltit.
La primera ocupa una casa de piedra con un pozo, edificada alrededor de 1916 por el arquitecto Héctor Hernández, diseñador del Castillo Negro. Hernández se la vendió al abogado, profesor y crítico Eduardo Solar Correa, autor de la compilación "Escritores de Chile" (1932). Tras décadas de abandono, la casona fue comprada en 2005 a sus herederas por Carmen Berenguer, ganadora en 2008 del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. "La vi y me enamoré", recuerda la autora. En Las Cruces se cuentan historias de fantasmas sobre la casa. Berenguer no puede confirmarlas, pero ha escuchado que alguna vez la visitaron Vicente Huidobro y Juanita Fernández (Santa Teresa de los Andes), cuando era pequeña.

En sus habitaciones, Berenguer ha trabajado en tres libros: "No estacionar aquí. Crónicas en transición", que publicará la Universidad de Talca, y los poemarios "Pelambre" y "Milai".

Diamela Eltit compró en 2005 una vivienda que se quemó al año siguiente. "Fue por una estufa que no quedó bien instalada -recuerda-. Zafamos del incendio, pero apenas se me dio la oportunidad volví a reconstruirla con el maestro Juan. No fue traumático. Fue más bien intenso". En esa casa escribió parcialmente las novelas "Jamás el fuego nunca" -"como homenaje a las llamas", dice- y "Fuerzas especiales", "en algunos fragmentos como homenaje a mí misma", comenta.

El escritor y periodista Eduardo Labarca -autor de las novelas "Butamalón", "Cadáver tuerto" y la recién publicada "Lanza internacional" (Catalonia)- compró en 2004 una casa en El Vaticano. Después de hacerla restaurar se enteró de que había vivido en ella Juan Francisco González. En mayo de 2014 inauguró una placa recordatoria en su honor. Labarca ha corregido y terminado en el balneario algunos de sus libros comenzados en Europa. "Cuando en Las Cruces pasan cosas raras escribo en una lista local unos textos breves que titulo Sinlogismos ", dice.
Mucho antes, en 1972, llegó a vivir al pueblo Gustavo Frías. La que en un principio iba a ser su casa de veraneo se convirtió en su residencia definitiva. Allá escribió la novela y el guión de "Julio comienza en Julio" (Silvio Caiozzi) y el de "Caluga o menta", de Gonzalo Justiniano, director con el cual trabajó en su próximo largometraje: "Cabros de mierda". En el balneario escribió tres novelas históricas en torno a La Quintrala, publicadas por Alfaguara. Ciclo narrativo iniciado en 1998 cuyo último volumen aún no concluye.

Su hijo, Gonzalo Frías, director del programa "Séptimo vicio" (Vía X), realizó varios documentales sobre escritores avecindados en Las Cruces, como Francisco Casas, ex integrante de Las Yeguas del Apocalipsis, radicado hoy en Lima, y el dramaturgo Jaime Silva (1934-2010), autor de "El evangelio según San Jaime" (1969).

En el cortometraje dedicado a Parra, Gustavo Frías -quien hace los comentarios fuera de cámara- repara en el hecho de que Las Cruces pertenece a la comuna de El Tabo, que en voz indígena significa "morada de espíritus". "Tal vez por eso en Las Cruces no existe un cementerio", reflexiona.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Nicanor Parra: Stop joking



© Pablo Lobato
Era el año de Parra: cumplía 100 años vivo, y el país se llenaría de homenajes que él viviría recluido en Las Cruces. Con nuestro libro, quisimos mirarlo directo a los ojos, pero con distancia. Contar su historia, una que no se había escrito. Traspasar la cubierta del rockstar para que apareciera el hombre. Le mandamos una carta y fuimos a verlo dos veces. La primera, aparecimos por la calle Lincoln, sin avisar. Fue una prueba dura, la de un avezado profesor, la de un hombre de campo desconfiado que quiere saber a quién tiene en frente y que te somete a cuestionarios algo estresantes. Pero aprendí que el temor de  enfrentarse a una mente brillante -cuando uno roza la medianía- se disipa siendo una misma. La segunda visita fue menos tensa. El poeta bajó la guardia y mostró su lado sensible. Nos invitó a su biblioteca con vista al mar a la que llama “la pastelería”, decorada con las arpilleras de sus hermanas Violeta e Hilda, donde cuelgan de las ventanas las cortinas que cosió su madre, Clara. Ahí nos contó que quienes lo visitan suelen llevarse cosas de su casa de “recuerdo”, como si se tratara de una tienda de suvenires. Luego llegó con un cuaderno azul en cuya tapa se leía “Violeta” y me hizo leer en voz alta la última carta de su adorada hermana.

Pero en el libro también aparece el hombre tacaño que no ayuda a Canarito, su hermano menor y el único que le queda, que apenas sobrevive con una pensión miserable y al que nunca ha ido a visitar a su casa en Puente Alto. El hombre machista y maltratador que conocieron algunas de sus mujeres. El hombre que quiere dejar de ser visto como un payaso. Stop joking, stop joking, stop making fun of everything, nos dijo cuando se le ocurrió un chiste que prefirió no decir. Aparece el artista inseguro que no se atrevió a publicar la que sería su obra maestra, Poemas y antipoemas sino hasta 17 años después de haberla escrito por miedo a la sombra de Pablo Neruda. Aparece el ser humano y desaparece el personaje que tanto ha cultivado.

Nicanor Parra es un poeta crudo que si usa el humor, es sólo para engañarnos, y decirnos lo que no queremos escuchar, hacernos ver lo que no queremos mirar. Era la hora de mirarlo a él.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Nicanor Parra: el hermano-padre del clan esencial de la cultura chilena



Saludamos al poeta, que hoy cumple 100 años, dejando por escrito la enorme influencia que tuvo en sus hermanos y el rol que jugó en el florecimiento de Violeta y Roberto Parra.  

Romina de la Sotta Donoso 

Diario El Mercurio, viernes 5 de septiembre de 2014

Todo el país celebra hoy el centenario de Nicanor Parra, quien hace justo 60 años se instaló como un referente con "Poemas y antipoemas". Premiado en todo el mundo, es el único de los hermanos Parra Sandoval que estudió más allá de la primaria. Físico y matemático, fue becado en la Brown University y en Oxford, y ejerció como profesor universitario. Su rol como hermano mayor marcó a fuego la identidad creativa del clan más relevante en la cultura chilena del siglo XX.

El profesor primario Nicanor Parra Parra y Clarisa Sandoval Navarrete, ambos músicos aficionados, tuvieron nueve hijos. De ellos, solo dos sobreviven: Nicanor y Óscar Parra (1930), más conocido como Tony Canarito, quien visitó hace poco al poeta en Las Cruces. Se presentó en 300 circos por más de 40 años, y en sus versiones de canciones tradicionales, la subversión parriana se expresa como parodia.

Él es uno de los tres hermanos nacidos en Chillán, al igual que Eduardo Parra (1918-2009) y Lautaro Parra (1928-2013). El primero fue un conocido cuequero, y el segundo hizo carrera en el extranjero como escritor y músico. Juntos, eran Los Viejos Parra. El menor de todos, Caupolicán, murió siendo lactante, y de Elba, ya fallecida, nunca se ha sabido mucho.

Con Lautaro y Eduardo, Nicanor tuvo periodos de comunicación más intensa; y otras épocas estuvieron más alejados. Con ellos, y también con Óscar, siempre fue hermanable. "Óscar dice que siempre que lo fueron a ver los recibió muy bien. Pero claramente el vínculo era más intenso con Hilda, Violeta y Roberto", comenta Francisco Véjar, quien ha visitado al poeta desde 1989 y le dedicó una crónica en el libro "Los Inesperados".
"Es cierto que con Violeta y con Roberto se podía ver una relación paternal. Hilda también fue muy cercana a Nicanor, pero era bastante autónoma porque era democratacristiana y se movía, con su repertorio, en eventos del partido", dice Gastón Soublette, quien compartió con el clan en los años 50 y 60.

Viola chilensis

"Cuando éramos niños" -dijo el poeta en 1993 a "El Mercurio"- "Violeta formaba un dúo con la Hilda, andaban siempre juntas. Y mi hermano Roberto formaba otro dúo con Eduardo. Pero con el tiempo se vio que no eran duplas, sino que este era un trío: la Violeta, Roberto y yo".

Hilda nació en 1916 y Violeta, en 1917. Igual que Nicanor, en San Fabián de Alico. Ellas dos cantaron como las Hermanas Parra, hasta que Nicanor habló seriamente con Violeta.

"Le dice que deje de ir a cantar música comercial con la Hilda a los bares, y que empiece a recopilar. Y el propio Nicanor la acompaña, al comienzo, a los campos. Él gatilla su capacidad como investigadora y su sistematicidad", comenta Paula Miranda, académica UC y autora del libro "La poesía de Violeta Parra".

Temprano había asumido como hermano mayor: solía desafinarle la guitarra a su padre, porque con el canturreo venían la fiesta y el vino, y él cambiaba. "Cuando muere su padre, Nicanor, de 16, se hace cargo de los hermanos mayores, porque con los menores la diferencia de edad marca una mayor distancia", agrega Miranda.El poeta insiste en que estudien y que se vengan a Santiago. La primera en llegar es Violeta.
"Cuando conocí a Violeta, me invitó a la casa de Nicanor, y él tenía alojado a un cantor a lo poeta de Puente Alto. Nicanor influyó para que Violeta se metiera en este mundo de la poesía popular, de la cual él ya entonces tenía un conocimiento profundo, y creo que justamente de la concepción del mundo de la lira popular emana su rebelión contra la estética burguesa, o cuica como la llamaba él", apunta Soublette.

Entre 1954 y 1958, Violeta escribe lo que en 1970 se publicará como "Décimas, Autobiografía en Verso", dándole todo el crédito de hermano-padre a Nicanor. Y en 1958 él publica el fonograma "Defensa de Violeta Parra". "En vida no se le hizo justicia", diría después.

La primera vez que Violeta conversó con Soublette, ella le habló del "gran poeta Nicanor Parra, mi hermano". "Lo admiraba mucho, y él fue un guía al centrar a esta genio en la tradición popular. Pero ella se convirtió en un planeta absolutamente autónomo, que podía incluso haber llegado a adquirir ascendiente sobre Nicanor, porque sus últimos poemas son excelentes", enfatiza el musicólogo.

"Ya en la etapa madura de creación de Violeta, en los años 60, se da una relación de enorme complicidad entre ellos; ninguno tiene ascendiente sobre el otro", confirma Miranda.

El propio Nicanor lo declaró a "El Mercurio" en 1993: "Ella rápidamente me tomó la delantera. Si cuando yo fui a París , en el año 64, ella me llevaba y me traía de la mano. Y yo ya era en ese tiempo, en vida de ella, el hermano de la Violeta".

Maestro Pinina

"Del que más hablaba era Roberto", dice Véjar. Autor de "Décimas de la Negra Ester", padre del jazz guachaca y figura de la cueca chora, Roberto Parra (1921-1995) fue el único que nació en Santiago. Cuando murió, le preguntaron a su hermano-padre que cuánta importancia como poeta le atribuía. "Es como preguntarse qué importancia para la arquitectura tiene el volcán Aconcagua", respondió.
"Nicanor era como un padre con él y tenían una gran relación creativa. Lo recordaba permanentemente, e incluso me dijo que había que poner más atención en Roberto que en Violeta", cuenta Véjar.
Miranda coincide: "Nicanor habla con mucha admiración de su hermano Roberto, igual que de la Violeta. Después de sus muertes, siguió tomando la cultura popular, lo campesino de Violeta y los bajos fondos de Roberto. A los dos los recrea y escenifica, para recordarlos: baila la cueca tal como la bailaba Roberto, y pone sus caras de cuando tocaba jazz guachaca. Y recita y canta las canciones de Violeta".

Nicanor Parra: "Hamlet era un pornogalán"

Fueron dos horas de conversación distendida con el poeta en su casa en Las Cruces, en las que deambuló por los temas que lo inquietaban a dos días de cumplir un siglo de vida.  

por:  Felipe Edwards del Río Diario la segunda
viernes, 05 de septiembre de 2014

Foto PIN CAMPAÑA
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A dos días de cumplir 100 años, Nicanor Parra aceptó recibir tres visitantes de Santiago: dos amigos suyos -uno de ellos, Matías Rivas, director de Publicaciones de la casa editorial de la Universidad Diego Portales- y un periodista de La Segunda. Llegamos sin temas ni agendas preparadas, sólo el placer de conversar sin rumbo definido.
Frente a la casa de la calle Lincoln de Las Cruces, está estacionado un Volkswagen Escarabajo de los originales, que muestra señas de sus años en el aire marino. Los tablones blancos sobre un muro bajo de piedra están cubiertos por decenas de dibujos de niños de un colegio cercano, obsequios que flamean en el leve viento del mediodía.
Rosita Avendaño, la mujer que lo cuida de invasores inesperados, abre la puerta de la cómoda casa de dos pisos. Nos lleva hacia el living, donde el poeta nos recibe desde un sofá con vista a la playa de Las Cruces y una mesa de centro con una decena de libros y un cuaderno de páginas sin renglones con sus últimos escritos.
Ante los saludos y expresiones de gratitud por su invitación de quien ya conoce como un angloparlante, Parra contesta en ese idioma que él goza: All the pleasure is mine . Por favor, make yourself at home .
Muchos han comentado sobre lo excepcional que es su memoria, y esta tarde lo demuestra con su capacidad de reproducir con perfecta exactitud no sólo diálogos de Shakespeare, sino canciones populares de la Primera Guerra Mundial.
Hablar inglés lo lleva a preguntar por lo que llama la payasada de Inglaterra. ¿Qué hacemos con las islas británicas?, pregunta. Un poco perplejo, le digo que ahí están por separarse, que Escocia está considerando independencia.
Parra mira al cielo y se concentra. ¿Cómo es?, pregunta, y antes de preguntarle cómo es qué, encuentra la referencia que buscaba y empieza a cantar . It´s a long way to Tipperary, it's a long way to go. It's a long way to Tipperary, to the sweetest girl I know!
Ante expresiones de aprecio, no se detiene. Goodbye to Piccadilly, goodbye Leicester Square. It's a long, long way to Tipperary, but my heart's right there . El tema de siempre, dice. El tema del amor no correspondido.
Pregunta por El Mercurio y le explico que está muy bien y que por los últimos años he trabajado en La Segunda. Después te van a tirar para esto, dice. Este es un diario propiamente tal", e indica hacia un ejemplar de El Líder de San Antonio en la mesa.

Buenas noticias y mala publicidad


El tema de los diarios lo gira en dirección a las noticias. ¿Cómo decían en esa época?, pregunta . Good news. Even bad news is good news . Eso decían, le sugiero, y también There's no such thing as bad publicity .
Eso es lo que andaba buscando, dice. Pero su mente ya nos sobrepasa. La publicidad, indica, es un fenómeno. Que sin esos artefactos habríamos desaparecido hace 30 años. De ahí sacaba fuerzas, dice, para hacer algunos chistecitos, parecidos pero muy inferiores al de que no existe la mala publicidad.
Pero el número uno es éste, dice. Se concentra, y luego declara: Stop walking, your future is behind you (Pare de caminar, su futuro está detrás de usted). Entonces tú mirabas para atrás, dice, y tenían razón. Lo que se veía, ¡Bank of America! ¡Ayaiyai!
Las observaciones de Parra están salpicadas con esas expresiones de asombro, que parecen ser genuinas e histriónicas a la vez. Conversación como teatro.
Ante la idea de los comerciales y estar perseguido por bancos, Parra observa que los poetas y los literatos quedaron muy atrás. Se quedaron con la luna y las estrellas, dice, no pasa nada en la poesía lírica, ni siquiera con el romanticismo y tampoco con el surrealismo.
Matías Rivas le propone que son lo mismo, igual de líricos.
Liricoides, exclama Parra. ¡Chuuupalla! Recuerda que en una época hizo el verso "'Aló. ¿Con la Casa de la Cultura?', 'Sí, conchaetumadre'". Nos reímos todos. Pese a la familiaridad de este "chistecito", en el contexto de una reacción a la poesía lírica o surrealista parece nueva.
Hablamos de la exposición Parra 100, en el GAM. Matías cuenta que su hijo de 10 años se hizo el chistosito en el colegio. Hizo una declamación sobre quién es Nicanor Parra, y luego recitó ese artefacto. Sus compañeros quedaron felices, pero no su profesor.
Ese profesor es anticuado, declara Parra. Es del siglo pasado.

El centenario


El tema de su centenario parece no impresionarlo directamente. Lo observa como un espectáculo que le ocurriera a otra persona. A un lado del ventanal que da a la playa cuelga un afiche de la Segunda Feria Literaria de Las Cruces, como un evento cultural al cual él hubiera asistido.
Eso se hizo allá abajo, dice, indicando la playa. Lo que quedó de todo eso fue una medalla, que dicen que es de oro. Habría que ver, ¿ah? Hay que morderla, pues. Hay que echarle jugo de limón. Así lo hacían antes, con jugo de limón.
Le sugiero que tal vez habría que practicarle un poco de alquimia, para convertirla en oro si no lo es.
Alquimia, responde, y rápidamente agrega: alquimistas del mundo unidos, ¡antes que sea demasiado tarde! Eso lo tengo yo, dice, con distintos sujetos. No se puede perder, anuncia, y lo escribe en el cuaderno frente a él. Alquimistas del mundo unidos, antes que sea demasiado tarde, lee, y rápidamente agrega: dijo el otro.
Esto no lo digo yo, aclara. El otro dijo "el otro". Explica que la frase viene de un alcalde que pensaba que lo iba dejar callado. Vino a felicitarlo por algún premio, y Parra le respondió que muchas gracias y que peor es mascar lauchas. El alcalde, mirando para el lado, salió con el "dijo el otro". Agrega que los huasos contestan así, que dejan al otro en su lugar, pero sin ofenderlo. To be or not to be. That is the question , dijo el otro.

Frases hechas


La conversación se enfoca en las frases hechas. ¡Qué maravilla!, sentencia Parra, y comenta que antes los críticos enseñaban que había que rehuir de todas las frases hechas.
Relata como después de esa sentencia, él se empezó a batir con frases hechas y nos dimos cuenta de que "era mejor negocio". La cabrería chica aplaude, dijo, pero los viejos, no.
Reconoce que sus frases hechas tenían una vuelta, y agrega que antes llamaban a eso "una vuelta de tuerca". Esa es otra gran frase hecha, sentencia.
Rivas le pregunta si los endecasílabos que él emplea son similares al verso blanco de Shakespeare. Depende del profesor con quien uno esté hablando, dice. Muchas de las frases hechas están en endecasílabos, pero otras, las de abajo, eran de ocho sílabas. Abajo, mester de juglaría, ocho; arriba, mester de clerecía, catorce sílabas.
Y entre los dos extremos, dice, la clase media usaba once sílabas. La comunicación en la feria era de once sílabas. La jerga hablada chilena también era de once sílabas.
Cuenta las sílabas en unas frases; sentencia que aquí llegamos al problema de los problemas: no se trata de las sílabas, lo que verdaderamente cuenta son los acentos.
El "dijo el otro" no se cuenta entre las sílabas. Ahí es al lote, y se dice con la lengua afuera. Es un apostillador. Ese es un jig-maker, dice, refiriéndose al tercer acto de "Hamlet", cuando Ofelia le dice a Hamlet que él está de buen humor. Hamlet le responde que Dios es el mejor humorista (jig-maker) de todos. Qué más se puede hacer, le pregunta Hamlet, si su madre se ve tan alegre tan poco tiempo después de la muerte de su padre.

Regalos privados, libros públicos


Le presento un regalo envuelto en papel con una pintura veneciana, y proclama que se ve bien eso, muy, muy lindo. Después lo abrimos, dice. Eso no se abre en público.
También le entrego dos libros del físico Richard Feynman. Parra lee las reseñas reproducidas en la carátula de libro: Funny , brilliant , bawdy , dice The New Yorker. ¡No se puede pedir más!, dice Parra. Le explico que el libro relata incidentes de su vida que Feynman había relatado a sus amigos. ¿Está vivo?, pregunta. Al saber que no, señala que mueren también estos inmortales. A veces, algunos, le responde Matías Rivas. Dijo el otro, agrega Parra.
Mira a la imagen de Feynman de unos 50 años en la carátula del libro, y proclama que creía que la foto era de él mismo. No son disímiles. Se encuentra parecido a Feynman en la manera de vestir, en el peinado. Ahora somos todos iguales, dice con algo de decepción.

Todos querían ser galanes de cine


En la portada del libro "Parra a la vista", editado por su nieto Cristóbal Ugarte (el Tololo), la imagen de Parra poco pasado de los 50 años podría confundirse con la del actor Rex Harrison en la misma época.
Esa era la idea, dice Parra. Había que parecerse a un galán de cine. Y con nombre y apellido tenía que ser. A Rodolfo Valentino o a Clark Gable. Eran dos o tres nombre no más, dice, y los demás basura.
Rivas observa que ahora los actores tratan de vestirse como pobres. No hay artistas de cine, agrega Parra. Ahora hay empresarios, no más. O emprendedores.

To think or not to think...


El segundo libro que Parra examina contiene el texto de clases que Feynman dictaba a alumnos de primer año de Física de la Universidad Técnica de California en los años 60. Eso era anterior a la mecánica cuántica, observa Parra. Anterior a la teoría de las cuerdas, al efecto mariposa (teoría donde un cambio mínimo puede tener efectos enormes dentro de un sistema complejo, como el movimiento del ala de una mariposa podría eventualmente producir un huracán). Con el butterfly effect , opina Parra, pasaron a pérdida Einstein y Cía Ltda.
Yo recuerdo, dice, que en las universidades norteamericanas primero suprimieron la filosofía y la historia literaria. Basura. Antes era obligatorio, y después cambió. Suprimieron las matemáticas y la física teórica, como basura. Es que ya se estaban pasando de analógicos a digitales, eso era lo que estaba ocurriendo, explica.
Según Parra, ahora todo lo que cuenta es usar iPads y pantallas. Son los dedos los que mandan. No la mente. No hay para qué pensar. Dios saaanto, se queja.
Le pregunto si no hay para qué pensar porque está todo en las pantallas.
En el archivo pues, responde. En el archivo colectivo, al que tienen acceso todos. No deja de ser un señor principio.
Le propongo que el tener acceso a información no es lo mismo que pensar o leer o agregar al archivo.
Parra no cede. Es que no hay para qué volver a pensar eso si ya está pensado. Ahí está la respuesta, dice. No hay para qué volver a pensar la ecuación E=mc {+2} . Está todo aquí.
¿Y cómo se piensa entonces?, le pregunto.
That is the question. That is the problem , dice con un tono pensativo . To think or not to think, that is the question . La cabrería chica no piensa, ¿ah?
Rivas le cuenta de jóvenes que salen de edificios con sus laptops a las calles y se instalan donde hay señales gratis de internet. Ahí, con sus aparatos electrónicos se comunican con personas en cualquier otra parte del mundo, pero no conversan entre ellos. Hay que llorar, no más, en homenaje a nuestro pasado remoto, sentencia Parra.

Los chistositos


Parra examina la portada del libro "Surely, you're joking, Mr. Feynman? Adventures of a Curious Character". El norteamericano, Premio Nobel de Física en 1963, se destacó por su excentricidad y gran sentido de humor.
En ese tiempo, recuerda Parra, muchos intelectuales se presentaban como jig-makers. Ante la pregunta "Ahora, ¿qué?", respondían jig-making. Es decir, chistosear.
La palabra es de origen isabelino y no se entiende en el inglés contemporáneo. Pero Parra la emplea con la familiaridad de, por qué no decirlo, cualquier frase hecha.
Sin tener su desenvoltura con los textos de Shakespeare, le pregunto si no quiere decir joke-making.
Como un profesor paciente me pregunta: ¿Te ubicas con el diálogo? Escucha. Y procede a reproducir línea por línea la escena de Hamlet y Ofelia de la segunda escena del tercer acto.
Horas más tarde en Santiago, y con archivos electrónicos a mano, me daré cuenta de que ha recitado el intercambio entre ambos personajes sin equivocarse en una sola palabra.
En Las Cruces me explica que primero habla Hamlet: Lady, shall I lie in your lap? Ofelia, dice Parra, está en ese momento con las piernas abiertas, y en una época en que las mujeres no andaban con pantalones.
Cuando Ofelia escucha esta pregunta, dice Parra, ella responde No, my lord , y junta las piernas. Hamlet -que era un "pornogalán", según Parra-, vuelve al ataque, y le dice I mean my head upon your lap? Eso sí, le contesta, Ay, my lord . Él vuelve al ataque. You thought I meant country matters? Parra queda impactado por la línea: Ay ay ayyyy. Oooohh. Explica que country se pronuncia de dos maneras, con count o con cunt . Entonces ella escucha eso, dice I think nothing, my lord , y vuelve a juntar las piernas. El desgraciado, dice Parra, vuelve al ataque, y dice That's a fair thought to lie between maids' legs .
Explica que todo esto es jig-making. What is, my lord? , responde ella, que se hace la que no entiende...
Porque no puede mostrar que entiende esas palabras y ser dama al mismo tiempo, le pregunto.
Claro, responde. You are merry, my lord . Ahora Ofelia se da vuelta 180 grados. Ella toma la iniciativa. Usted amaneció chistosito le estaría diciendo. Y él contesta, muy confundido y aproblemado, Who, I? Ella le responde Ay, my lord .
Y es ahí donde Hamlet le responde Oh, God, your only jig-maker. What should a man do but be merry.
Ahhh, concluye Parra. ¿Qué otra cosa se puede hacer aquí si no es un buen chiste?. Ay ay ayyyyy. Espantoso, dice. Horrendo. Se repite la pregunta 400 años después: "Entonces, ¿qué?".
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Saludo a Nicanor


“En sus años de madurez, Nicanor adquirió un tono único, que no es fácil definir: coloquial, amistoso, burlón”.

Por Jorge Edwards
He escrito muchas veces, decenas de veces, sobre Nicanor Parra. He visto a Nicanor en muchos lugares, he conversado con él de temas innumerables, hasta de la física de Newton, he viajado en compañía suya en diversos momentos. Ya no recuerdo si él participó en un viaje en tren a un bautizo del hijo de un alumno de Jorge Millas, en unas tierras del sur. Jorge Millas era filósofo, ensayista, profesor de Filosofía. Era personaje de muchos poemas de Parra, como Luis Oyarzún Peña, como Enrique Lihn. Todos ellos figuran en los versos de Aunque no vengo preparado, sección de una antología en lengua inglesa de sus poemas. En sus años de madurez, que han sido largos, Nicanor adquirió un tono único, que no es fácil definir: coloquial, amistoso, burlón sin hacerle demasiado daño a nadie, íntimo, nostálgico. Es un maestro de la tomadura de pelo, de la que no se salva casi nadie, y suele hacer “desconocidas” más o menos serias. Pero sería una tontería ofenderse. El poeta es cultivador apasionado de una amistad a la criolla, sin afectación, con franqueza, con evidente fidelidad, con episodios mejores y peores. Recordemos que es un lector intenso del Martín Fierro, una de las expresiones más originales de la poesía popular en América Latina. Si Nicanor se agarra la cabeza a dos manos y la mueve en forma negativa, es mal asunto. Uno entra con Nicanor en terrenos familiares, muchas veces transitados, pero donde nunca faltan las sorpresas. Hemos discutido con él sobre espacios que ahora llamarían virtuales y sobre instituciones imaginarias, como el Instituto de la Maleza y la Sociedad Gagá de Chile. ¿Saben ustedes quién era el presidente perpetuo de la Sociedad Gagá? Lo diré cuando cumpla yo los cien años. También nos empeñábamos en repetir las reflexiones, las frases, las opiniones de un personaje inventado, el AntiNiño. El AntiNiño era una invención llena de facetas reales, de cosas de la vida cotidiana llevadas a extremos.
Participé poco en la confección del Quebrantahuesos, que se hacía con diarios atrasados desplegados encima de una mesa y con poderosas tijeras. Los más asiduos eran Alejandro Jodorowsky y Enrique Lihn. Pero leía siempre los resultados escritos y pegados, que se mostraban en un rincón de la calle Ahumada, cerca del antiguo Waldorf y más o menos al frente del Café Haití, donde los poetas de La Mandrágora exploraban el horizonte urbano con miradas entre altaneras y distraídas: Firma acreditada necesita –36 burros– para trabajo oficina y traducciones.
Los recortes del Quebrantahuesos podrían haber continuado hasta hoy mismo; los lectores, que se aglomeraban y no dejaban circular por la vereda se habrían renovado a lo largo de las generaciones.
El día 31 de diciembre del año 1967 viajamos a Cuba vía Amsterdam, por el camino más largo, como había que hacerlo entonces a causa del bloqueo. Me acuerdo de la fecha exacta porque celebramos el Año Nuevo durante el viaje. El grupo de gente del mundo del arte que viajaba a participar en los jurados literarios de la Casa de América y en el Congreso Cultural de La Habana éramos Nicanor Parra, Gustavo Becerra, Fernando de Szyszlo y el desubicado autor de estas líneas. Por razones de clima, no pudimos aterrizar en Amsterdam, seguimos viaje a París y perdimos una de las combinaciones a La Habana. Después nos hicieron bajar a Madrid y tomar un avión que hacía la ruta por el aeropuerto canadiense de Gander. Recuerdo caminatas por el sector madrileño de San Antonio, verde selva de boinas negras, alpargatas, bastones, que discutían con furia singular sobre ya no recuerdo qué asunto. En una de esas la poesía de Vicente Huidobro. ¡Qué tiempos, qué pláticas interminables, qué carcajadas! Y de repente sobrevenía una tristeza: Violeta Parra había muerto hacía poco y Nicanor le había dedicado unos versos inspirados en las célebres estrofas de pie quebrado del poeta renacentista Villegas: Dulce vecina de la verde selva… Violeta Parra (en lugar de céfiro blando). Algunas personas de visión corta acusaron a Nicanor de plagio, como era de esperar.
He conocido a otros escritores centenarios: a Ernst Jünger, que murió de 103 años, sólo en la lectura de su obra, y a Francisco Ayala, amigo mío desde 1958, conocido en conversaciones del campus de la Universidad de Princeton. Cuando me dieron el Premio Cervantes, la primera persona a quien fui a visitar en su departamento de Madrid fue Paco Ayala, que había votado por mí muchas veces y que entonces ya estaba a un paso de su centenario. Celebramos la ocasión con whisky de la mejor clase y salí con la impresión de que la bebida de Escocia hace muy bien a la salud.
Ahora me alegro de la maravillosa salud, biológica y del espíritu, de Nicanor, y brindo por él desde mi rincón frente al cerro de Santa Lucía, en espera de poder visitarlo en semanas un poco más tranquilas.