Sofía Le Foulon, curadora de su archivo fotográfico
Aprendiendo a conocer a Nicanor Parra
Revista Ya, Diario El Mercurio, martes 27 de mayo de 2014
A los 99 años, Nicanor Parra baila cueca apianá y disfruta paseando en auto por el litoral central. Es algo que Sofía Le Foulon -la madrastra del nieto regalón del poeta, hoy guardiana de su archivo fotográfico y responsable de dirigir su biografía visual "Parra a la vista"- descubrió en los dos años que pasó conversando y repasando con él sus recuerdos más prístinos. Aquí revela algunos de ellos.
Por Pilar Navarrete Nicanor Parra se levanta temprano, tipo 10 de la mañana y entonces se instala a leer. Si quiere revisar algo sobre un tema, se asoma a su biblioteca y hojea sus enciclopedias. Repasa seguido la obra de Diego Portales. Lee el diario. Todos los días, todos los diarios, incluso El Líder de San Antonio. Almuerza cazuela de pollo, porotos granados, sopas de verduras, recetas sanas y caseras que le prepara su nana, la Rosita. A veces -ahora más seguido que antes-, en la mesa lo acompaña Sofía Le Foulon, la madrastra de Cristóbal Ugarte Parra, el "Tololo", su nieto regalón, hijo mayor de Colombina.
Desde hace casi dos años, esta diseñadora de la Universidad Católica que estudió Historia del Arte en la selecta École du Louvres en París, es la encargada de reconstruir las historias detrás de cientos de fotos que en los años sesenta Nicanor guardó en una maleta negra marca Smith-Corona, que luego escondió en su biblioteca de su casa en La Reina, y que por accidente volvió a aparecer cuarenta años más tarde, cuando su nieto se dispuso a ordenar el desastre que había quedado en la sala, días después del terremoto de 2010. Tololo y Sofía decidieron armar un libro, una biografía visual. Y cuando le hablaron de esa idea al poeta, él solo les dio un consejo: "Enciclopedia Británica: información, información, información". Como diciendo, no se metan en el "cahuín", dice hoy Sofía.
Le Foulon, quien hasta antes de embarcarse en el proyecto -auspiciado por la Compañía Minera Doña Inés de Collahuasi y acogido a la Ley de Donaciones Culturales, con el patrocinio de la Corporación Patrimonio Cultural de Chile- solo había visto a Nicanor en contadas ocasiones, comprendía bien el encargo: llevaba quince años dedicada a armar ediciones de alto impacto cultural. Trabajó largo tiempo con el historiador Leopoldo Castedo para editar fascículos coleccionables de su libro "Historia de Chile Encina-Castedo". Luego con Gonzalo Vial para desarrollar entregas de "Historia de Chile en el siglo XX". Sabía lo que era trabajar con alguien, metiéndose en su archivo, en sus cosas. Sabía también que a Nicanor tenía que conocerlo de a poco.
Hoy es parte de su sombra: la guardiana del archivo fotográfico de Parra, viaja a verlo una o dos veces por semana y es una testigo privilegiada de su cotidianeidad. Pero lograrlo ha implicado, de cierta manera, domesticar al poeta. Para repasar su vida nunca establecieron día ni horario: pueden empezar temprano, a media tarde o por la noche. Hablar de un tema, luego saltar a otro. Entre medio, revisar fotografías.
-Todo se da según las ganas que tenga él de conversar, porque también tiene su genio -comenta Sofía. -Hay días en que tiene más ganas de hablar de una cosa, otros no.
La mayor parte del tiempo se reúnen en el living. Él se sienta cómodo en su sofá, y entonces empiezan a repasar recuerdos en torno a una taza de té. En los muros de la casa de Las Cruces los acompañan varias fotos familiares. De los hijos cuando chicos, de Barraco y la Colombina, de la Violeta, y una de su mamá con todos sus hijos alrededor. Alguien se la diagramó en Photoshop, como si fuera un árbol. También una de su papá con algunos colegas profesores; en otra, su madre, Clara Sandoval, acompañada de parientes. Esas fotos nunca estuvieron en la maleta: Nicanor siempre las llevó consigo. Algunas de ellas, pidió especialmente que las sumaran a la selección que será parte de su biografía visual. La que no aparecerá en el libro es una que hoy sigue en la maleta, y que puedo ver cuando Sofía la abre con sus manos delgadas: Nicanor, chascón, leyendo en un sillón, con pijama y a pies pelados.
Otros días, las conversaciones entre Sofía y Parra se dan en la biblioteca, ubicada en una salita fuera de la casa de Las Cruces y que Nicanor llama La Pastelería de la Lina Paya. Así le puso su nieta, Josefa Cristalina, hija de Juan de Dios, más conocido como Barraco. En esas pláticas, Le Foulon ha podido comprobar que, ad portas de cumplir un siglo, el creador de la antipoesía sigue con una lucidez impresionante. Dice que tiene una memoria privilegiada. De las más de cuatrocientas fotos que han repasado juntos, de todas tiene algo que decir.
-En algunas imágenes donde no se veía el lugar, porque eran cuadros cerrados, él se acordaba exactamente dónde se encontraba. Entonces decía "esta foto es de Georgia" o de tal lado. O "aquí estoy con tal persona". En las fotos donde aparecía con mucha gente, los miraba con su lupa para verlos más de cerca, y entonces empezaba a contar quién era quién -comenta su guardiana.
Para gatillar conversaciones, Le Foulon se embarcó en una investigación paralela: contactó, por ejemplo, a Leonidas Morales, quien entrevistó al poeta en los años 70 y 90 para escribir "Conversaciones sobre Nicanor Parra", donde habla mucho de su vida. Morales le facilitó los originales de las entrevistas que escuchó para tener detalles curiosos de los cuales conversar.
-Yo le daba un recuerdo o contaba algo, y eso le despertaba otros recuerdos a él. Y así íbamos reconstruyendo todo -comenta la diseñadora.
También consiguió la foto de Nicanor Parra junto a sus compañeros en el último año de Humanidades que cursó en el Instituto Barros Arana, y la nómina completa de sus compañeros. Con su lupa fue repasando una por una las caras. De todos se acordaba.
-Tiene una memoria formidable, te recita poemas de memoria, en todos los idiomas. Recuerda todo al pie de la letra. Con decirte que recuerda historias que yo he leído que él ha contado en entrevistas o libros, y las recuerda iguales. Lo he podido cotejar. Su memoria es impecable.
Le ha preguntado por su infancia, por su mamá, por sus abuelos. Por sus amigos, por sus viajes, por sus esposas. En estos dos años, Sofía ha aprendido tanto de Nicanor, que ahora tiene un problema: no sabe qué regalarle para su cumpleaños número 100.
Ya ha perdido la cuenta de cuántos encuentros van. Sumando, a la rápida, son más de cien. Más de mil horas de conversación donde el hombre que se encamina a los 100 años repasa un siglo de historia.
Aunque el libro ya está ad portas de partir a imprenta y solo falta ver los detalles de la exposición que en agosto se inaugurará en el GAM, Sofía igualmente sigue dedicada tiempo completo al proyecto parriano, para pesquisar algún recuerdo que quede volando,
-Seguimos siempre repasando, hasta el día de hoy, porque es una investigación que no termina, porque él no repasa solo la historia de su vida, sino también un siglo de la historia de un país. Formas de ser y de hacer propias de otra época.
Le ha hablado de su infancia en Chillán, en Lautaro, de su llegada a Santiago.
-Me cuenta de la mamá: que era la piedra angular de la familia, que se hizo cargo de los niños y después de cuando él se trajo a sus hermanos a Santiago. De cómo llegó la Violeta por primera vez a Santiago, cómo él la inscribió en la Escuela Normal, cómo él la orientó para que ella se dedicara a hacer esta investigación en el canto folclórico.
También le ha contado sus viajes a Chillán para sus estudios primarios, de sus estudios en el extranjero, en Brown, en Oxford, que fueron fundamentales para la revolución que es la antipoesía, que la venía trabajando muchos años antes, pero que publicó el año 1954 en Poemas y Antipoemas, su golpe a la cátedra.
Tanto confía en ella que en una cajita de plástico donde están las fotos originales que irán en la biografía y en la exposición, Sofía guarda un pequeño cuaderno de anotaciones que Parra escribió en los años sesenta, cuando partió de viaje a la Unión Soviética. Es el único documento que existe del detalle de esa travesía. En la primera página aparecen anotados tres números de teléfono. Luego "Esta libreta pertenece a Nicanor Parra". Su dirección en Macul. Palabras necesarias de saber en ruso: buenos días, gracias, no, perdón, me duele la cabeza. Un poco más abajo, la dirección de Mario Vargas Llosa en París y su teléfono. Unas cuantas hojas más adentro, ideas al aire, separadas por un asterisco: "Anoche sonó dos veces el teléfono. La primera llamada se fue al agua. El que hablaba era un ruso. La segunda llamada era la Margarita que preguntó cómo iba todo". * "Se nace en provincia, pero se muere en la capital". * "Volver a Chile es la orden del día. Conclusión: siempre volver a Chile". * "Viva Chile, mier... mosa patria". *
-¿Hay algunos capítulos de su vida que lo emocionen?
-Claro. Yo te diría que su infancia en Chillán, y cómo se las ingenió para llegar a Santiago con casi nada de plata y su maletita a la Estación Central, cómo llegó a la casa de Gonzalo Torres Salamanca, un profesor que había conocido en Chillán, a tocarle el timbre para pedirle ayuda. Todas esas historias las cuenta con tantos detalles, que uno puede casi sentir que está ahí, sintiendo el olor de esas escenas.
No está muy preocupado de llegar a los 100, asegura Sofía. De lo que sí habla es de que está en la fase de anacoreta, retirado del mundo, como buen seguidor del código de Manú, que define las edades del hombre y dice para esa etapa: "Nunca más mujer. Nunca más familia. Nunca más bienes materiales. Nunca más búsqueda de la fama".
-Una de sus frases es "el que sabe, no habla. El que habla, no sabe" -dice Sofía.
Le Foulon y Parra no solo conversan. También escuchan cueca apianá, la cueca interpretada en el piano.
-Él me dice: "ahí está todo" -cuenta la diseñadora.
El poeta tiene un disco con una selección y lo escuchan el día entero. Cantan Adiós Santiago querido, adiós Parque Forestal. Como fue profesor de cueca en los años 50, le trata de enseñar un poco el ritmo. Ella trata de aprender, pero es complicado, porque no es un ritmo que se baile con la música de los que cantan, sino que con la música que está detrás, con la base.
-Entonces él me trata de enseñar mientras baila cueca.
El último fin de semana de abril fueron a dar una vuelta por los roqueríos de El Quisco. Otras veces, salen en auto a pasear por el litoral: van a la casa de Nicanor en Isla Negra y a El Tabo. Andan por Las Cruces. Mientras ella maneja, el Parra centenario le ha confesado que tiene ganas de viajar a Santiago para volver a verse en los primeros lugares donde estuvo cuando llegó desde Chillán y repasar su historia. Pero como sufre de asma y no tolera el esmog, ya por Melipilla no da más y empieza a toser. Por eso, siempre termina diciendo "mejor, para la próxima vez".
-¿Qué cosas le han sorprendido de lo que él le ha contado y que no había detectado en su investigación?
-Su relación con su mamá, que fue muy cercana pero a la vez, y por lo mismo, con distanciamientos. Como hijo mayor, era muy regalón de la mamá. Cuando el papá murió y ella se emparejó de nuevo, hubo ciertos celos de este hijo que quedó un poco de lado. Eso también lo hizo dejar a su familia e irse solo a Santiago. Después, cuando sabe que la mamá está enferma, acude de vuelta a verla, la lleva al hospital, después la trae a Santiago. Incluso compró una casa en Conchalí pensando en instalarla ahí, pero eso al final nunca ocurrió. Cuando le pregunté por qué, me contó que ella reclamaba que no tenía dónde comprar el pan cerca. Todo ese tipo de detalles son cosas que he ido descubriendo en millones de conversaciones sobre su mamá. Hay muchísimos recuerdos con ella.
-Y ahora que lo conoce tan bien, ¿qué piensa regalarle para su cumpleaños?
Sofía se queda mirando el horizonte, media perdida.
-Es una pregunta muy difícil.
Se ríe.
-Todavía, por suerte, me quedan unos meses para pensarlo. La verdad, no lo sé. Este libro por lo menos. Creo que este libro es un bonito regalo.