En el año en que el antipoeta cumple un siglo, se publica Temporal, un largo poema de 1987, social y político, sobre las fuertes lluvias que inundaron Santiago.
por Roberto Coreaga C. - Diario La Tercera, 14/06/2014
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Fueron cinco días agitados. Impregnados de religiosidad, pero sobre todo muy políticos. La visita del Papa Juan Pablo II, en abril de 1987, desató masivas pasiones cristianas, como también protestas contra el régimen de Pinochet de eco mundial. Desde su casa en La Reina, Nicanor Parra siguió los pasos del Pontífice con tanta atención que terminó escribiendo el poema La sonrisa del Papa nos preocupa. “Nadie tiene a derecho a sonreír / en un mundo podrido como este / salvo que tenga pacto con el Diablo”, empieza. Parra, como siempre, estaba con un ojo en la calle. Después del Papa, fue el furioso temporal que por 11 días de julio azotó la zona central, generando inundaciones y damnificados, el que capturó su preocupación. También sobre eso escribió un poema. Largo, social y político. Pero ese se perdió.
“Se traspapeló”, dijo en más de una ocasión Parra a sus cercanos, refiriéndose a ese texto con el que creía haber logrado lo que siempre había buscado: sacudirse por fin de todos los rastros literarios para acceder a la realidad. Creía haber puesto en el papel el “lenguaje de la tribu”, ese que venía acechando desde mediados de los 50, cuando publicó Poemas y antipoemas. Un año después, en 1988, se sentó frente al crítico español René de Costa en Chicago y, ante una grabadora, el antipoeta dijo que ese poema se llamaba Temporal.
“Es un poema largo, es un libro. Temporal se llama y está todo hecho en lenguaje de la tribu y con el tema de la tribu... En último término, lo que me interesa a mí es la crítica social. Es una necesidad impostergable en mí, es decir, yo no quiero ser un fotógrafo de las imágenes oníricas, sino que quiero ser la voz de la tribu, y no tan sólo la voz de la tribu, sino que la conciencia de la tribu”, dijo el escritor.
Ese diálogo grabado no se perdió, pero casi: De Costa guardó los cassettes sin revisarlos. El año pasado, el editor y hombre de confianza de Parra, Adán Méndez, tuvo acceso a las conversaciones. Su plan era transcribirlas para publicar un libro con el contenido -lo que hará este año a través de su sello Ediciones Tácitas-, pero se encontró con algo inesperado: el antipoeta no sólo hablaba varias veces de Temporal, también lo leía. Dos veces. Entero. “Cuando apareció, Nicanor quiso que se publicara de inmediato”, cuenta Méndez. “El poema le importa mucho, él sabía que había batido nuevos récords”, agrega.
En el año en que Parra llega al siglo, y lo celebran exposiciones de sus artefactos, libros visuales y nuevas ediciones de sus títulos, Ediciones UDP publica Temporal. A 10 años de Lear Rey & mendigo, lo último inédito del antipoeta, este texto viene a echar luz del tránsito de renovación que recorrió en los 80: atrapando las modulaciones verbales del sentir social del país durante el temporal del 87, Parra supera al personaje que asumió en Sermones y prédicas del Cristo del Elqui y se acerca a su verdadera voz, que luego explotará en los Discursos de sobremesa.
Por esos días, Parra vivía en su casa de La Reina y bajaba periódicamente para dar clases en el Departamento de Estudios Humanísticos, de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile. Sólo en 1996, con 82 años, dejó la docencia. Entre sus amigos cercanos, seguía estado Enrique Lihn. A fines de los 80, ya era el gigante que hoy es, pero se aparecía con frecuencia por recitales y ferias. Justo ese año, 1987, el poeta Sergio Parra publicó La manoseada y el antipoeta, tras leerlo, lo invitó a su casa.
Parra empezó ese año en Madrid, dando un recital en el Círculo de Bellas Artes, en el marco de la exposición Chile Vive. En una entrevista con El País, se definió como un “ alfabetizador ecologista” y clamó por la destrucción de la Tierra. De España viajó a Estados Unidos, donde participó en la II Feria Latinoamericana del Libro en Nueva York: “Oíste Nueva York algún día me vengaré de ti”, leyó de un artefacto ante público entusiasmado. También se encontró con viejos amigos: leyó con Allen Gingberg en la iglesia que ocupa el centro The Poetry Project.
Luego partió a Chicago, invitado por René de Costa: “Parra es como respirar aire fresco”, dijo el crítico al presentarlo. Cuando regresó a Chile, lo esperaba un país encrispado, el gobierno militar se asomaba al final. Llegó Juan Pablo II y él escribió un poema. El último día de junio empezó a llover y no paró hasta 11 días después: cayó más agua que en todo un año, se salió el Mapocho, se cortaron caminos y puentes por toda la zona central, 175 mil personas quedaron aisladas. Parra intentó llevar la tragedia al papel, pero sobre todo los discursos que corrieron sobre el aguacero: las informaciones oficiales del Estado, las noticias de prensa, la conversaciones callejeras, las lecturas políticas, las interpretaciones históricas, etc.
“En este momento estoy casi convencido de que, por fin, se inventó la poesía social”, le dijo Parra a De Costa al año siguiente, feliz por Temporal. “Es el lenguaje de la tribu, que no es un lenguaje poético ni es un lenguaje literario, sino que así habla la gente. La sensación que tengo es que estoy aterrizando por primera vez y que vengo desde la literatura hacia la realidad, de que por fin estoy en la RR, en la realidad real”, añadió.
Quizás efectivamente lo logró. En cualquier caso, Parra siguió ajustando su escritura, pasado los 80 años, en los Discursos de sobremesa. No se detiene. Mes a mes, acumula cuaderno tras cuaderno. Hay kilos de papeles inéditos, que todavía hoy, a los 99, sigue aumentando. No para. “Toda la antipoesía es un tartamudeo”, le dijo a De Costa. “Y lo que resulta es que el tartamudeo, si tú revisas, cada vez el tipo parece que construye mejor su discurso. Y al final ya el discurso está aceptable”, añadió