null La antipoesía como liberación
La innovación de los antipoemas
Desde la aparición de Poemas y antipoemas en 1954, el horizonte de la poesía chilena está dominado por la presencia de Nicanor Parra. Toda una forma de poetizar, toda una tradición de lenguaje lírico, y aún toda una manera de entender la poesía, fueron cuestionadas por el impacto purificador de esta nueva poética en ejercicio. Fue una liberación que necesitaba, que secretamente deseaba nuestra lírica. Tras haberse cultivado hasta el límite la exploración formal de la palabra y de la metáfora, de la sugerencia, del matiz, de la oscuridad alusiva, el lenguaje agonizaba casi en la dorada prisión de la retórica y del mecanismo. Las deseables revelaciones del acto poético ya no se entregarían a la astucia de la metáfora, a la dudosa magia de una nueva combinatoria verbal. El torbellino de los Poemas y antipoemas , esa ola desatada de higiene literaria, vino por otro camino: la irrupción de la realidad inmediata, de la experiencia vivida, de la fantasía grotesca, del humor negro, de lo convencionalmente prosaico, de lo descaradamente no lírico. Siguió, en este sentido, el rumbo de las mejores revoluciones literarias: todo puede decirse en poesía, todo debe decirse, no hay zonas prohibidas, no hay trucos privilegiados, no hay trances. Sólo la audacia y la ironía, sólo el coraje y el sarcasmo, las virtudes supremas de la antipoesía.
De "Canciones rusas", 9 de julio de 1967.
El retorno a la claridad
La antipoesía se alimenta del desgaste de una tradición poética precisa, cuyos desechos utiliza con ingenio sarcástico: la tradición que proviene del simbolismo, pasa por la poesía pura y el surrealismo, y termina en el cansancio de las imágenes herméticas, en la delicuescencia de los "metaforones" del 38, en las coartadas de la oscuridad lírica. En los años cuarenta y cincuenta, cuando nuestros poetas se entregaban de lleno a estos malabarismos, Nicanor Parra se preservaba en un incomprendido y socrático escepticismo, disfrazado tras la modesta claridad de la poesía popular. Sólo alrededor de 1948, con la aparición de los primeros antipoemas, se manifestaría en plenitud la feroz creatura antipoética que se empollaba en aquellos inofensivos versos de trovador. Su reacción operó a través de dos mecanismos esenciales: la ironía, que cuestiona y desmitifica el contenido de las experiencias sublimes, y el prosaísmo o el acercamiento límite del poema a la prosa, que cuestiona el lenguaje de los grandes lirismos herméticos.
De "Los 70 años de Parra", 11 de noviembre de 1984.
El prosaísmo a ultranza
El procedimiento verbal de esta purificación ha consistido en acercar el lenguaje poético a la prosa hasta un punto límite. El prosaísmo a ultranza, cuando resulta como poesía -he allí la gran dificultad- es justamente una prueba del valor poético de una experiencia. Significa que ésta, para encerrar un destello de poesía, no necesita atraparlo en la astucia de una combinación verbal, en los adornos de la imagen o de la música. La poesía ya no residirá en lo "poético", en el ornamento del decir literario, sino en una virtud más interior -también verbal, sin duda- que resiste a los despojos y austeridades de la prosa desnuda.
De "Obra Gruesa", 1 de junio de 1969.
Los hablantes dramáticos
Quien habla en la antipoesía ya no es aquel Ego poético desmesurado de las vanguardias de la época, el Poeta Vidente sagrado, el dios de los abismos, el místico nocturno, el Centro del mundo por derecho propio, el protagonista cósmico a quien suceden cosas extraordinarias, sino el hombre de la calle, el sujeto común y corriente en quien todos podemos reconocernos.
Más aún, el poeta se multiplica como un ventrílocuo en sus voces dramáticas diversas: un energúmeno, un alma en pena, un predicador callejero -el Cristo de Elqui-, un difunto desde la ultratumba, un orador de sobremesa... En forma paralela, los subgéneros verbales menos literarios son promovidos por Parra al rango de alta poesía: la crónica policial, el noticiario, el test escolar, el aviso de publicidad, el formulario, el letrero, el discurso de ocasión.
De "Antipoesía completa", 29 de octubre de 2006.
Adiós a los espacios literarios
"Artefactos" se llaman estos trozos poéticos, resumidos y cargados al máximo, que en una época de prisa y estridencia quieren provocar, también ellos, con una o dos frases la conmoción sintética de libros enteros.
La idea conductora de estos experimentos verbales consiste en terminar con los "espacios literarios", con la complaciente convención del poeta-que-escribe-poesía y del lector-que-lee-poesía, taumatúrgicos personajes que se comunican en un ámbito cargado de aceptaciones tácitas, de señas literarias: de "cultura". El antipoeta quisiera terminar con la usanza poética, con la literatura, con toda impostación de voz, con todo esfuerzo de "composición" de un texto, aún el que incluían sus propios y corrosivos antipoemas, que, buscando ya está depuración, entraban sin embargo en la costumbre de los "desarrollos", del "estilo", de la "expresión", y de otros "mitos" clásicos y románticos.
De "Los Artefactos de Parra", 27 de septiembre de 1970.
Política en la cuerda floja
La poesía política de Parra es muy esencialmente una "literatura del trapecio" y también, si queremos, del baile en la cuerda floja: "La izquierda y la derecha unidas / jamás serán vencidas".
Esta versatilidad ideológica ha valido al autor, desde cierta izquierda, el reproche de "payaso de la burguesía". Es lo previsible para un autor que dispara casi simultáneamente contra los cuatro puntos cardinales, que vive rompiendo los esquemas y las etiquetas, y que apenas se dejará tipificar con el vago título de anarquista.
De "Poesía Política", 18 de diciembre de 1983.
Lo que dijo AloneSobre "Poemas y antipoemas"
(Nicanor Parra) es un poeta admirable.
Nada más impetuosamente libre que su verso. En todo instante se le siente el impulso espontáneo y como un "goce de ser". No le importan trabas. Salta de un idioma a otro con toda soltura y una especie de gracia seria que imprime su sello.
No lo llamemos humorista: sugiere la idea de un profesional encargado de hacer reír, cosa horrenda y contraproducente. Parecen, más bien, poemas desatados que corren como quieren. A menudo, las estrofas se arrastran, empiezan en la prosa, dan unas vueltas, como los aviones antes de partir. De pronto, se elevan y salen, saltando. Minutos después, van por allá volando, cruzan el cielo, rompen las nubes.
Nicanor Parra es un poeta moderno.
Ello no le impide en manera alguna ser antiguo. La famosa cortina de hierro que divide a las generaciones, él la perfora a cada rato, sin la menor dificultad. Los que están allá se escandalizan viendo los bailes que bailan al lado de acá. Y viceversa. Nicanor Parra va de uno a otro como si no hubiera cortina.
Una vez andando
Por un parque inglés
Con un angelorum
Sin querer me hallé.
(...)
Así comienza una de las composiciones más conocidas de Nicanor Parra. Porque no pretendemos descubrirlo: tiene varios premios sobre la conciencia y hasta un estudio especial, la Introducción a la poesía de Nicanor Parra, hecha por Enrique Lihn con toda reverencia. Pero un buen poeta siempre es nuevo; cada vez que se toma un libro suyo parece que se le descubriera.
¿Hay cosas inéditas aquí?
Por el placer que producen, todas lo son; pero hay, particularmente, ciertas divagaciones extrañas, casi en prosa, mantenidas a fuerza de ritmo, a una velocidad endemoniada y con una especie de embrujo, que se leen y vuelven a leerse sin llegar nunca al fondo. Son clarísimas, parecen elementales: eso las vuelve más misteriosas. Eduardo Anguita va a reprochármelo. Este joven cree que mi oficio consiste en saber lo que no se sabe, averiguar lo que no admite averiguaciones o decir que uno entiende lo que, en realidad, no ha entendido. Rehuso ese honor. (...)
Hemos buscado para reproducirlas algunas de esas composiciones. Necesitarían demasiado espacio. Exigen en derredor cierta atmósfera, no se pueden sacar sencillamente ni menos fragmentarlas. Nombremos "Las tablas". Allí intervienen evidentemente confidencias freudianas y pasa el complejo de la madre. (...) Nombremos también, aunque se sale del género, la divertida "Oda a las palomas", el enigmático "Túnel", el "Solo de piano", reflexivo, el macabro autorretrato del profesor que hace quinientas horas de clase, para recalar definitivamente en Catalina Parra:
Caminando sola
Por ciudad extraña
Qué será de nuestra
Catalina Parra.
(...)
A todo esto, en todo esto, ¿qué del comunismo? ¿Por qué no suenan maldiciones a Estados Unidos ni escuchamos anatemas contra Foster Dulles? ¿Acaso este poeta osa violar las consignas y desobedece el mandato? ¿Nada, ni siquiera una alusión a la pobre Guatemala?
Curioso.
Parece que, además de talento, de ímpetu de gracia, de frescor, de imágenes y ritmos impensados, este poeta tuviera buen gusto.
El Mercurio, domingo 8 de agosto de 1954